La telerrealidad llegó a nuestras pantallas en el año 2000 con la primera edición de Gran Hermano, y se ha quedado para siempre. Se extinguirá la especie humana y antes de que se recalifique el planeta tierra, ya estarán las cámaras y una casa preparada para mandar allí a los nuevos inquilinos. Es interminable la lista de realities con los que cuenta ya nuestra televisión, ante la escasez de programas culturales, debates… “Pongamos realities shows, que esta gente no piense demasiado, que nos joden el plan”, dicen orgullosos los de arriba. El colmo de los colmos llega en el año 2009, cuando al considerar que se les había ido de las manos los metros en los que convivían los concursantes, deciden que van a desarrollar un formato donde los concursantes convivan dentro de un autobús, seguro que muchos os acordaréis. Menos mal que no tuvo demasiado éxito, si no habrían acabado explotando la convivencia dentro de una jaula. Las motivaciones para participar en este tipo de concursos, según el cuadro de psicólogos que participa en uno de estos programas, son varias, pero la que más se repite es “vivir la experiencia”. Creo que el premio y el sueldo que tienen durante su permanencia en el programa también se podría considerar un motivador (extrínseco), sobre todo en los tiempos que corren. La motivación de las productoras y cadenas son las audiencias, directamente proporcionales al dinero obtenido con su retransmisión. Eso se traduce en: a más sensacionalismo, más audiencia y más pasta. ¿Y cuál es la motivación de la audiencia para ver un formato así? El morbo. Somos un país de cotillas. Ojo, que esto no tiene por qué ser negativo, siempre y cuando orientemos nuestra curiosidad a algo que nos enriquezca un mínimo. Lo malo es que nos encanta saber de qué habla nuestro vecino al teléfono, de qué color ha alicatado el baño, o si tendrá sexo solo o con la vecina del 4º. Nos encanta saber de todo, menos de lo que deberíamos saber. Pero que nadie se culpe. La otra función de estos programas es que no pensemos. NO PENSAR, ese es el objetivo que pretenden las altas esferas, y esa es la comodidad (efímera) que nos hace adictos; la evasión, la huída de los problemas. Quieren personas sin capacidad de crítica ni reflexión, que se limiten a ver y aceptar lo que ellos quieran que veamos y aceptemos. Y funciona. Después de que se destapen diferentes tramas de corrupción, de que se recorte en sanidad pública, educación y ayudas, seguimos votando a los mismos y pendientes de saber a quién echarán esta semana del reality del momento. Hay quien defiende que es lo único que le hace entretenerse y no darle vueltas a la cabeza con los problemas que nos rodean; objetivo conseguido. Quizá, deberíamos pararnos a reflexionar ahora, para conseguir que algunos de esos problemas dejen de serlo y nuestro tiempo libre no quede limitado a estar delante de una televisión, porque no te puedas permitir hacer otra cosa que estar encerrado en casa o trabajando bajo las condiciones de esclavitud de este sistema.
Ana Casado. @anapsicopoet