
«Los españoles somos los europeos más infieles». Tras leer esta noticia corro al diccionario. Infidelidad: falta de fidelidad, deslealtad. El resto de definiciones hacen referencia a la fe católica. Esta noticia confirma lo que ya sospechaba, nos cuesta mantener un compromiso firme, buscamos en otros sitios lo que tenemos cerca de casa, y no me refiero a otra persona sino a algo mucho más grave, al pan. Efectivamente, nuestra integridad moral ya no vale ni cuarenta céntimos.
El español medio ya no le es fiel ni al pan. Posiblemente al leer éstas líneas, recuerdes que se te ha olvidado comprarlo. Da igual la hora que sea, no tendrás problemas. Desde hace unos años las alternativas a las panaderías de barrio se extienden a la velocidad del herpes en una fiesta de Berlusconi. In present day, podemos encontrar pan en muchos sitios; gasolineras, tiendas de ultramarinos, quioscos de prensa, incluso bajo un numeroso grupo de palomas. Hoy día lo adquirimos donde nos surge, ya sea por precio o ubicación; lo que se denomina un “aquí te pillo, aquí te cato”.
Ahora estamos hechos de otra masa. Mi abuela durante toda su vida guardó una férrea lealtad al pan de candeal. Jamás le fue infiel. Ni tan siquiera cuando en los noventa llegó la baguette con sus aires de libertad y su corteza musculada. Para ella el pan en casa significaba respetar el simple hecho de comer.
En cambio, nosotros al pan le damos la misma importancia que a la higiene inguinal, solo nos acordamos de él cuando vamos a mojar. La hogaza, la barra o la rosca ya no son la protagonista de nuestra mesa, ahora se asemeja más con aquel Orson Welles que, en el ocaso de su carrera, anunciaba bebidas destiladas por Asia.
Esa mezcla de harina refinada, horno y madrugón tampoco encuentran muchos apoyos en la ciencia, incluso lo etiquetan como el garbanzo negro de la dieta mediterránea. Al parecer el almidón se convierte en azúcar cuando ingresa en nuestro cuerpo. Para los científicos el pan es un lobo con piel de cordero, la difunta Marujita Díaz cuando llegaba a su casa y se quitaba la peluca. Debemos comer pan integral si queremos ser unas personas firmes en nuestras convicciones.
No contentos con esto, también le señalan como el máximo responsable de la celiaquía. Yo creo que el pan es como el teniente-coronel Tejero, un mendrugo al que le ha tocado dar el golpe de estado sobre la mesa. Hasta donde yo sé –tengo un hermano aquejado de ésta enfermedad- el gluten lo podemos encontrar en carnes y pescados manufacturados, bebidas e incluso miradas, las hay que producen ardor.
Esta satanización del pan solo pretende destruir nuestra cotidianidad; poner la mesa, sentarse en torno a los alimentos, sin necesidad de bendecirla, y disfrutar de aquello que da sentido a nuestra existencia, un plato de comida.
Lejos quedan aquellos años en los que, solo en Madrid y alrededores, se llamaba “pistola” a la barra de pan, circunstancia no exenta de anécdotas. En cierta ocasión el informativo habló sobre un individuo que, pertrechado con una pistola, armó una masacre en un instituto norteamericano. Mi abuela sólo pudo decir: «Eso ha debido ser con una chapata».
El asunto tiene su miga, si perdemos el noble hábito de disfrutar de los alimentos, perderemos nuestra esencia como animal racional, nuestra identidad y esa eterna duda de comer mucho o poco pan. No conviene excederse, ya sabéis “pan con pan, comida de tontos”, pero manipulando a William Wallace: si perdemos nuestro pan, incluso hasta la mesa, poco a poco perderemos la libertad.
Richard Salamanca. CÓMICO. @richard_comico