Bajo el lema “Ven a ver lo que quieras vernos bailar”, la Compañía Nacional de Danza se presenta en el Teatro Pavón Kamikaze, para poner el broche final a la programación del “Desembarco de la Danza”. Un broche que en el ensayo general deja luces y sombras -las últimas son cuestión de ensamblar ritmo y transiciones-, donde ganaron las luces con holgura. Porque el arte y el talento siempre se imponen, y no hay nada que reprochar a un gran elenco. Es más, el de la CND es un elenco que sólo puede ser elogiado. Ante la tesitura de acercar la danza a un público y espacio menos habitual, muestran su habilidad, esfuerzo y profesionalidad sin debate. ARTE, así con mayúsculas.
Se levanta el telón en sentido figurado, porque cuando vamos ocupando el patio de butacas ya está levantado, el escenario lleno de bailarinas y bailarines; estirando, calentando, recibiendo últimas correcciones; sin hacer uso del vestuario necesario de cada pieza por el momento, enfundados en un chandalismo (así lo nombró Miren) que nos da la primera nota para empezar a sentir esa cercanía. Digna de mención también la música de piano en vivo, todo un privilegio.
Hablando de Miren, Miren Ibarguren, quien se erige como Maestra de Ceremonias, también tuvo sus luces y sus sombras. También ganaron sus luces. Su cercanía con el público, su humor y su carisma nos llegaron rápido. Gracias a ello pudimos obviar su desafortunado vestuario. Incluso cuando en el mismo escenario confluyen un tutú, su vestido de “gala” y el chandal de un equipo de fútbol. Aceptamos chandalismo, pero preferimos que sea neutro.
Comienza la función con lo que sería una lectura del menú. En este caso más bien una cata o degustación. Pues presentadas de una manera simpática y animada, la MC nos va introduciendo uno a uno los diez platos disponibles. Aquí nos encontramos con el brutal contraste entre la danza clásica y la contemporánea, y de una manera natural nuestro criterio se define sin dejar de apreciar ninguna de las dos. Ejecuciones de pasos a dos, solos, grupales… apenas unos minutos de cada pieza. Obras que en ese poco tiempo nos trasmiten diferentes emociones y sentimientos, llegando a calar en algunos casos más de lo imaginado (La Rose Malade, Cisne, Minus 16). Terminada esta lectura de menú comienza el juego. Volviendo al impreciso lema “Ven a ver lo que quieras vernos bailar” el público interactúa votando por la pieza que quieren ver en profundidad como final de función. Impreciso porque no es una decisión particular, sólo faltaría, sino una votación democrática de cuyo resultado nuestro Magazine salió muy contento. Un resultado producto del recuento que se producía mientras el respetable era separado por cuatro miembros del elenco vestidos de azafatas/os. En ese momento nuestro privilegio sube un peldaño, pues somos separados para degustar micropiezas, no tan micro, en diferentes espacios dentro del teatro. Lo único frustrante es no disfrutar de lo que los otros grupos han disfrutado. Pues si todos tienen la misma calidad que la que nosotros presenciamos, podemos decir que son delicatessen.
Vuelta al escenario principal se confirma nuestro deseo. Minus 16 es la pieza más votada. La brutalidad, en el mejor sentido de la palabra, de la puesta en escena nos azota con trece bailarinas y bailarines con un vestuario que va desapareciendo al ritmo de la música según avanza la coreografía. Fuerza, pasión, clase, energía… unidos en una plasticidad que arrasa el patio de butacas. Alcanzando puntos álgidos en cada golpe de voz del elenco, que acompaña el rezo hebreo Echad mi yodea. Seguimos con un paso “metrónomo” de cuatro bailarines y llegamos a un paso a dos que es una autentica maravilla. Alcanzada esta cota se desata la fiesta, no podía ser de otra manera, y el elenco saca a trece iluminados de entre el público para subir al escenario. Iluminados sí, porque compartir escenario y danza con principales, solistas y cuerpo de baile de la CND es un regalo superlativo. Después de esto llega el fin y como no puede ser de otra manera nos rompimos las manos de tanto aplaudir. Es lo menos que podemos hacer. Devolverles el cariño y el respeto que nos han mostrado. La admiración cae de nuestra cuenta. Más tarde no dejaremos de comentar cada detalle, una vez y otra, para seguir disfrutando de los sabores de la carta.