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La mitología, la historia, la literatura y el cine y, seguramente, otras cosas, están llenas de héroes y de heroínas. Si buscamos la definición en el diccionario de la RAE (que es el oficial y oficioso, pero los hay de mejores que no están políticamente influenciados), nos dice que un héroe (o heroína) es:
1. Persona ilustre y famosa por sus hazañas y virtudes.
2. Persona que lleva a cabo una acción heroica.
3. En un poema o relato, personaje destacado que actúa de una manera valerosa y arriesgada.
4. Protagonista de una obra de ficción.
5. Persona a la que alguien convierte en objeto de su especial admiración.
6. En la mitología antigua, hombre nacido de un dios o de una diosa y de un ser humano, por lo cual lo reputaban más que hombre y menos que dios (Hércules, Aquiles…).

Un héroe, en su versión masculina o una heroína en su versión femenina, es aquella persona o personaje que actúa como un valiente, siendo protagonista de una historia, provocando admiración por sus acciones y su forma de obrar correctamente. Así, grosso modo. Faltaría una 7ª entrada que dijera que un héroe (o heroína), tiene que ser guapo. Y me refiero a guapo físicamente, aunque no necesariamente un Adonis. Si esa belleza no es física o exterior, se sustituye por una de interior casi idealizada. Parece lógico si miramos la definición que he puesto antes, pero tiene su qué. Imaginemos un héroe que actuara según preceptos morales no virtuosos, no buenos, no correctos; según cómo se mire seguiría siendo un héroe ya que sería el protagonista de una historia, podría ser igualmente valiente y despertar entusiasmo entre cierta gente. Mirad a Charles Manson, por ejemplo, fans no le faltaron nunca, ha sido el protagonista de libros, películas y documentales, aunque bien es cierto que no obró correctamente; estaba como un cencerro. Dejémoslo. Busquemos otro ejemplo. Ahá, ya lo tengo: los dictadores. Los dictadores han sido héroes para mucha gente. El legado de Franco hace daño todavía en España o el de Hitler en Alemania (y en todo el mundo), por poner dos ejemplos cercanos. Protagonistas de la historia, admirados por muchos, ganadores de batallas y guerras y, a ojos de aquellos que los admiran, actuaron correctamente (esto demuestra que no tienen la cabeza muy bien amueblada, pero no estoy aquí para hablar de política, aunque la política está en todas partes). Imaginemos además, solo nos faltaría eso, que Franco o Hitler hubieran sido guapos. La rehostia. Pero ningún dictador es un héroe, ninguno, porque un héroe tiene que serlo en cuanto defiende una serie de valores aceptados por una mayoría aplastante, por un conjunto incuestionable.
David Koresh fue héroe entre los Davidianos, pero para el resto de la humanidad, o para mucha parte de esta, era un loco o, peor, era un hijo de puta que se aprovechaba de los demás –para quién no lo sepa, David Koresh fue un tipo norteamericano nacido el 17 de agosto de 1959 y muerto el 19 de abril de 1993, que en realidad se llamaba Vernon Wayne Howell. Koresh se convirtió en el líder y fundador de una secta religiosa llamada los Davidianos. En 1993, el FBI asaltó su sede y terminó con el incendio y total destrucción del rancho davidiano, ubicado en las afueras de Waco, Texas. Koresh, junto con 54 adultos y 21 niños fueron encontrados muertos después del incendio–.
Para asegurarse de que alguien es un héroe y complace a la mayoría, tienen que darse dos condiciones primordiales (aparte de ser guapo): tiene que defender una causa noble a nivel generalista (la libertad, la supervivencia de la especie, la dignidad, el amor, la justicia u otras) y, sobretodo, tiene que estar en el bando ganador. Porque un héroe en el bando perdedor deja de ser un héroe y se convierte en un mártir. Y un mártir y un héroe son cosas distintas. Todo el mundo sabe que de una manera u otra un héroe –o heroína– al final gana.
Pero vuelvo a lo que iba. En un ejercicio de memoria he intentado encontrar héroes feos y solamente –quizá por ser yo algo inculto– he encontrado uno: Quasimodo, el protagonista de la novela Notre-Dame de Paris, escrita por Víctor Hugo, publicada en 1831, más conocido como el jorobado de Notre-Dame. Jorobado, sordo, deforme y cojo. Sin embargo, a medida que la novela avanza y no hay que ir muy adelante, en seguida vemos dos cosas: 1) Quasimodo tiene la desgracia de ser así, no es culpa suya, nació deforme y 2) es tierno como el pan de molde, ese que lleva tanto azúcar y provoca caries en los niños. Quasimodo es bello por dentro, mucho, así está el hecho de que Esmeralda, la preciosa gitana a quién el jorobado rescata, acaba valorando que oye, qué lástima que sea feo y, evidentemente, se acaba liando con el capitán de la guardia, que es guapo, y también algo heroico al desafiar las leyes que juró defender, por injustas. No creo que nadie vea a Quasimodo como un héroe, quizá un antihéroe, esa figura llena de clichés y tan gastada que ya no me la creo, pero aseguraría que tampoco. Puesto que un antihéroe es un héroe que inicialmente no cumple los cánones de héroe, es un héroe accidental, y la gran e inmensa mayoría de los protagonistas y las protagonistas de la literatura moderna con héroes, son antihéroes. Y guapos, y guapas.
Otra vez hurgando en mi memoria he encontrado a otro héroe feo: Shrek, el ogro de la película norteamericana de animación dirigida por Andrew Adamson y Vicky Jenson en 2001. El filme cuenta como un ogro verde y pestilente acude al rescate de una princesa encerrada en un castillo para conseguir recuperar la ciénaga en la que vive. Como buen ogro: es verde, gordo, pestilente, guarro y violento. Sin embargo, Shrek no es desagradable, no es un ogro asqueroso, dentro de lo que son los ogros seguro que es un ogro guaperas. De manera que sí, no es un tío guapo, pero no es feo técnicamente y en su secuela (Shrek 2, del año 2004, dirigida por Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon), cuando se convierte en humano, es atractivo, guapo y fuerte. Así que otra vez, ante un héroe feo, acabamos descubriendo que no lo es del todo. O no es del todo feo o no es del todo héroe.
Cuando pensaba sobre esto, sin embargo, lo que me venía más a la cabeza eran heroínas. Está en boga ahora adaptar al cine novelas juveniles protagonizadas por chicas que en los libros tienen entre 15 y 17 años pero en las películas las interpretan actrices de 25 ó 30. Hay tres ejemplos muy claros: la más famosa de las tres es Katniss Everdeen, heroína de The Hunger Games (Los juegos del hambre), una novela de Suzanne Collins publicada en 2008, formante de una trilogía que se completa con Catching fire (En llamas), del 2009 y Mockinjay (Sinsajo) de 2010 luchando contra la dictadura del Capitolio; luego tenemos a Beatrice Prior, heroína de la saga Divergent (Divergente), de la escritora Veronica Roth que incluye Divergent, publicada en 2011, Insurgent en el 2012 y Allegiant (Leal) de 2013, alzándose como líder de la resistencia contra los estamentos sociales; el podio lo completa la menos conocida, ya que no consiguió demasiado éxito, Cassie Sullivan, adolescente que protagoniza The 5th wave (La quinta Ola), del escritor Rick Yancey, publicada en 2013. La siguieron The Infinite Sea (El mar infinito) de 2014 y The Last Star (La última estrella), de 2016, que lucha contra la invasión alienígena. Todo trilogías, a pesar de que la serie Divergent ya cuenta con spin-off de su héroe masculino. En las tres sagas, todas ellas con una estructura y una trama tremendamente similares, puesto que la segunda y la tercera aprovecharon el éxito de la primera que seguramente ya se basa en el éxito de obras similares anteriores, tienen heroínas extraordinariamente parecidas, más en su concepto que en su físico en sí, que también en cierta manera. Oh, y no nos olvidemos de la protagonista de la saga Crepúsculo, Isabella Marie Swan (una chica que descubre que el chico que le gusta es un vampiro en la saga Twilight aquí traducida como Crepúsculo, escrita por Stephanie Meyeren 2005 y que consta de cinco volúmenes), también de 17 años, ahí, jugando con el linde de la mayoría de edad y de la inocencia frente a la edad adulta; pero esta no es rebelde ni es nada, es simplemente una chica que se deja llevar por las circunstancias, cosa que hace que como heroína, a mi entender, valga bastante poca cosa si no es por el parecido con las otras tres.
Aparte del hecho que Los Juegos del Hambre y Divergente suceden en futuros post apocalípticos y distópicos en los que unos pocos dominan el mundo manipulando la verdad y usando a los demás de esclavos o sirvientes, de que en ambas trilogías hay una separación de la población según sus capacidades o habilidades (por Distritos en la primera, cada distrito con una especialidad productiva; por Facciones en la segunda, cada facción por una función social), en cierta manera el parecido entre ambas heroínas no deja de ser tan sorprendente que es casi un plagio, sin serlo. Aparte de este hecho, decía, las tres chicas, incluyo ya a Cassie Sullivan de La 5ª Ola, cumplen exactamente las mismas características: 17 años, un punto de asomo rebelde ya desde principios, un hermano o hermana pequeño del que cuidar (en el caso de Beatrice Prior casi de la misma edad y bastante independiente, pero acaba dependiendo de ella también) y, cómo no, una situación en la que deben demostrar que no se doblegan ante el sistema. Y por supuesto todas, incluida la vampira, son guapas, tienen a uno o más chicos yéndoles detrás (haciéndoles tilín, como diría mi abuela) que ¡oh, casualidad!, son tíos guapos también. No jodamos que fueran feas ellas o feos ellos, no. ¿¡Cómo va una heroína a enamorarse de un chico feo, por favor!? En Crepúsculo, Isabelle se pasa 100 páginas aburriéndonos sobre lo guapo y atractivo que es el chico; en Divergente, Beatrice se enamora enseguida de Cuatro (sí, él se llama así, por una tontería a mi entender, pero qué sabré yo); en La 5ª Ola, Cassie encuentra irresistible a su salvador y la única mínima excepción es Los Juegos del Hambre, en la que no hay referencias directas al físico de los chicos, pero si una comparación entre los dos protagonistas masculinos en la que uno destaca más por ser guapo por fuera y el otro por dentro.
Así a nota de autor, os diré que a mí Crepúsculo me pareció insoportable. Que La 5ª Ola es considerablemente floja y poco creíble todo en sí; que Divergente me enganchó sin emocionarme y que en cambio Los Juegos del Hambre me gustó bastante. Por si se detecta ya alguna cosa sobre mis preferencias, que quede claro de antemano o de mediamano, que ya estamos a más de la mitad del artículo.
Hablando de Mediamano, si miramos las heroínas de una saga famosa y literariamente superior a las cuatro mencionadas antes, Canción de Hielo y Fuego, veremos que casi todas las heroínas: Cersei, Daeneris, Sansa… son guapas. La diferencia aquí estriba en que la obra no tiene argumentalmente qué ver con las demás, está escrita por un hombre, no tiene nada de adolescente y son libros de carácter coral, sin posicionamiento sobre buenos o malos, con muchos y muchas protagonistas. La mayoría sabréis ya que A Song of Ice and Fire (en TV conocida como Juego de Tronos), una saga de siete libros que de momento lleva cinco, escrita por George R. R. Martin, cuyo primer volumen, Game of Thrones, se publicó en 1996. Uno de los personajes secundarios se llama Qhorin Halfhand (Mediamano), de ahí mi asociación, que tontería.
Sé que en parte la gente, yo, nosotros, queremos o nos es más fácil identificarnos con los guapos que con los feos, que la gente, tú, ellas, os es menos complicado si son guapas y atractivas. El cine, básicamente el americano, pero en todas partes cuecen habas, lleva toda la vida poniendo gente guapa en las pantallas y las actrices y actores que no lo son, o lo son poco, lo suplen con un talento superior muchas veces o haciendo papeles secundarios, cómicos o muriéndose antes de acabar la película. Hay ejemplos de lo contrario, claro, pero estoy hablando de la mayoría. Cuando aparece un héroe feo, feo de verdad, es en películas dónde se resalta su lucha contra esa adversidad como en El hombre elefante (The Elephant Man, David Lynch, 1980), en Wonder (Stephen Chbosky, 2017) o en Máscara (Mask, Peter Bogdanovich, 1985), o se suple eso con otros aspectos físicos, como los tíos cachas. Y claro, todos los feos por fuera, por dentro son muy bellos. Pero curiosamente, siempre hay un héroe guapo del anverso y del reverso cerca. ¿Quién quiere ir a ver a dos feos enamorándose? ¿Quién se interesaría por las aventuras de una mujer fea buscando tesoros?
Que no, que no hay héroes feos.

Martí R. A. ESCRITOR Y EDUCADOR SOCIAL
@tearsinrain_