Sería mentira y demasiado presuntuoso decir que la caja tonta (ahora ya no la llaman así, ahora son SmartTV, para que parezcan listas, que siguen sin serlo) no ha influenciado en nada los gustos y las tendencias que uno sigue a la hora de moverse a nivel cultural por el mundo. Yo, de pequeño, pasaba parte de la semana viendo la tele, sentado en el sofá de aquel piso más largo que grande, y de ella tengo bastantes recuerdos. Sí, es cierto, ahora no miro la televisión a no ser que sea una película predeterminada o una serie concreta, pero entonces esto no existía, en los ochenta (esa década de hombreras y calentadores, de Michael J. Fox y también de Samantha Fox, del mundial de Naranjito, del SuperPop y un montón de horteradas más, porque mira que fueron unos años horteras). Creo que sería mucho más presuntuoso, rozando lo prepotente, afirmar que yo me he labrado mi criterio solito. Quien lo diga, miente. Nuestros padres, nuestros vecinos, la escuela, la niña o niño que nos gustaba, el actor o actriz de turno, han influido en nosotros y somos el compendio de una mezcla de lo recibido más lo cultivado interiormente. Hace poco, hablando con una persona, me llegaron a la memoria unos cuantos flashes sobre la televisión que veía de pequeño y me di cuenta, ni para bien ni para mal y para los dos cosas a la vez, de que ha tenido influjo en mi posteridad.
Soy alguien de una madurez muy bien llevada, de manera que cuando yo empecé a ver la televisión había solamente dos canales, era en blanco y negro (cosa que no le daba más glamour), no existía el mando a distancia y llevaban unas antenas tipo hormiga encima, que debías ir moviendo para ajustar la sintonización. Un drama, todo. La primera televisión en color fui a comprarla con mi padrastro a una tienda unas horas antes de que en uno de los dos canales emitieran la final de la Copa del Rey de futbol entre el Sporting de Gijón y el F. C. Barcelona (1 a 3 con dos goles de Quini), y en el otro canal emitieran el festival de Eurovisión (se celebraba en Dublín y ganaron los ingleses)spectrum. La televisión en color fue todo un acontecimiento y recuerdo haber vivido aquello con una emoción especial, casi tanta como el día en que los Reyes me trajeron un Spectrum 64K. Sí, existió, antes que los PC, algo llamado Spectrum con una capacidad de memoria de 64K, que era básicamente un teclado conectado a un monitor de colores verdosos y a un cassette (¿sabéis lo que eran los cassettes, verdad?) que cargaba el juego, tardando un rato y emitiendo ruidos extraños y fallando la mitad de veces que cargaba. Bueno, harina de otro costal.

fraggle rockUna vez aparecido el televisor en color en casa, con el Mundial de Naranjito de 1982, lo que yo miraba eran dibujos animados. Entonces, los dibujos se emitían exclusivamente los sábados y los domingos al mediodía, después de comer, y se emitía un capítulo solamente, de unos veinte minutos. Recuerdo a D’Artacán y los Tres Mosqueperros (basado en el clásico de Dumas), La vuelta al mundo de Willy Fog (basado en el clásico de Verne) y otros no basados en libros como Los Picapiedra, La abeja Maya, Los Diminutos y especialmente aquellas que más me gustaban: El Inspector Gadget y La pantera rosa. Tengo en un pedestal el espacio matutino infantil de los sábados, que presentaba Alaska, llamado La Bola de Cristal, con la Bruja Avería y los Electroduendes y en la cima, o casi porque no puede uno acordarse de todo, estaba Fraggle Rock, la serie de muñecos creados por Jim Henson, musical, que vivían bajo tierra, con los Curris y los Goris y la Montaña de Basura parlante y el perro lanudo que vigilaba la entrada y la salida hacia el Mundo Exterior.
Y sin olvidar, claro están, todos los Barrio Sésamo que iban cambiando de protagonistas cada cierto tiempo (Espinete, la Gallina Caponata y otros). Ahí se emitían espacios de los Muppets (Teleñecos) como Epi y Blas, Coco, el Monstruo de las Galletas que ahora es el de los cereales, porque los niños son idiotas y si un monstruo come galletas, ellos también, que entiendo que a Lucky Luke le quitaran el pitillo, pero las galletas al Monstruo de las Galletas, pues qué queréis que os diga.
Luego la programación se fue diversificando, se podían mirar dibujos a ciertas horas de la tarde, mientras merendabas y allí apareció la invasión japonesa de Campeones, Heidi, Marco, Candy-Candy y otros que no recuerdo. Y, claro está, los inmortales Tom y Jerry ni a los que nos enviaban a dormir, como Casimiro (fuera calcetines, me pongo el pijama, me cuelgo la ropa, preparo la cama; los duendes, las hadas, se lavan los dientes con mucha pasta y agua corriente; chicos, infantes, chavales pequeños, se apagan las luces, se encienden los sueños).
La aparición de la televisión autonómica, de un tercer canal, en Catalunya (TV3) en el año 1983 también marca un hito, al menos para mí. Cuando la programación empezó a emitirse con regularidad, cada día emitían un capítulo de dibujos animados antes de cenar, sobre las siete o siete y media de la tarde. Los lunes un capítulo de Pac-Man, los martes The Munch Bunch (El manat del mercat), los miércoles Shirt Tales (Els descamisats) y no me acuerdo de los jueves y los viernes, pero era casi obligatorio, era tu único momento de dominio de la televisión. Después venían las noticias y aparecían, en TVE y TVE2, los rombos. Claro, te enfadabas cuando te enviaban a la cama al aparecer uno o dos rombos en la esquina superior derecha de la pantalla, los adultos se quedaban mirando la tele y tú a dormir o a leer. En una ocasión, decidí saltarme aquello y miré parte de una película que emitían de noche, con dos rombos, en el espacio televisivo de Historias para no dormir, una de un tío que quedaba encerrado en un sepulcro y empezaban a salir zombis. No pegué ojo en algunas semanas.
  magnumA medida que los ochenta avanzaban, la edad también lo hacía y empecé a poder ver series con “personas reales”, básicamente los fines de semana, tanto en la televisión estatal como en la autonómica. Knight Rider (El coche fantástico) con David Hasselhof en ropa de cuero negro y su Kit (un espectacular Pontiac Firebird 1968); The Misadventures of Sheriff Lobo (Las desventuras del Sheriff Lobo); The A-team (El equipo A); The Cosby Show (La hora de Bill Cosby) que nadie sabía que estaba hecho un cabrón, acusado de diferentes casos de abuso, asalto, violación y drogar a mujeres; Fame (Fama), con aquellos y aquellas jóvenes en mallas bailando y cantando y enamorándose y desenamorándose; Hill Street Blues (Canción triste de Hill Street) y destacando en mi memoria Alfred Hitchcock Presents, una serie de capítulos sueltos de temática de intriga y suspense presentado cada uno por el genial, carismático y algo pervertido director de cine y St. Elswere (A cor obert en TV3), serie de médicos y romances que poco tiene que envidiar a Grey’s Anathomy de 2005; Magnum P.I., el detective hawaiano que se paseaba por Honolulu con el Ferrari 308GTS del escritor famoso, pero invisible, que le dejaba vivir en la casa de invitados de su mansión flanqueada por dos dóbermans llamados Zeus y Apolo y el mayordomo Higgins.
Pero si una serie y un programa destacaban por encima de todos, eran el concurso de los viernes por la noche, el 1, 2, 3 de Narciso Ibáñez Serrador, presentado en mis recuerdos por Mayra Gómez Kemp, con sus azafatas, los humoristas que nunca hacían reír y los premios malvados como el apartamento en Torrevieja, Alicante, o los “se llevan ustedes estos tres coches” y la pareja saltando de alegría y entonces aparecen tres coches desballestados traídos por una grúa y la pareja llorando. dragon ball El segundo, que en realidad es el primero, es una serie de dibujos animados japonesa que empezó a emitirse en la televisión autonómica catalana, y no han parado de hacerlo desde entonces: Dragonball (Bola de Drac), basada en los cómics originales de Akira Toriyama. Mi recuerdo tiene un alto contenido sentimental basado en el hecho que entonces yo ya tenía un hermano pequeño y juntos nos poníamos a ver la serie y el primer libro que terminé era una aventura de Son Goku y sus amigos, que le regalé por su octavo aniversario. Destacar también que Toriyama, antes de montarse en el dólar con esta serie, creó la genialidad del Dr. Slump, una de las mejores series de dibujos, para mí, que se han hecho nunca (las cacas parlantes, los extraterrestres caraculo, el Superman obeso, el Sol lavándose los dientes), más por su guión que por sus ilustraciones, eso sí, pero un joya totalmente recomendable.
¿Y Into the Labyrinth (Dentro del laberinto)?, una serie británica oscura y tétrica que no he tenido manera humana de encontrar con cierta calidad y me encantaría revivir. Muy poca gente la veía y quizá con ella empezó a nacer mi parte freak. No confundir con la película Labyrinth (Dentro del laberinto, Jim Henson -el mismo de Fraggle Rock- 1986), con David Bowie y que dio a conocer con 16 años a Jennifer Connelly.
cine club ¿Y qué tiene que ver esto en mis influencias literarias o cinematográficas? Pues ni idea, pero haberla la hay. Quizá fue más adelante, al descubrir los espacios de cine, y me enganché a ellos. Aquellas películas antiguas en TVE2 dentro del espacio Cineclub a las doce de la madrugada (sesiones de Cary Grant, Katherine Hepburn, James Stewart, Grace Kelly, Marlon Brando o Rita Hayworth), el cine de culto de algunas noches que emitían películas europeas o asiáticas o sudamericanas que nadie conocía, el descubrimiento de los programas como Días de Cine (con las imperdibles aportaciones en tono casi apático de Antonio Gasset. Llegaron los canales privados como Telecinco y Antena3 y el Cine Cinco Estrellas que emitía grandes hitos de la taquilla de los ochenta como Raiders of the lost ark (En busca del Arca Perdida, Steven Spielberg, 1981) o Romancing the stone (Tras el corazón verde, Robert Zemeckis, 1984) o The Goonies (Richard Donner, 1985) o Back to the future (Regreso al futuro, Robert Zemeckis, 1985); y el programa La Clave (de debate en el que emitían películas relacionadas con el tema de día).
Todas ellas las había visto en el cine, igual que también iba a ver sesiones dobles de películas de Alfred Hitchcock en un cine de barrio, porque antes los había y emitían ciclos de un género o un cineasta como más adelante imitó la televisión (Tarde de western en TVE1 o los melodramas insufribles de los sábados a media tarde en Estrenos TV, ideales para hacer la siesta, como el Tour de Francia en TVE2).
Este remembering me lleva a una reflexión sobre la constante infravaloración de la televisión como medio. Parece que quede muy bien decir que no ves la televisión, y no pasa nada. Mi padre no ha tenido televisión en su vida. Yo veía la televisión. Lo malo no es verla o no verla, sino saber qué ver, pero eso pasa con todo. Recuerdo un reportaje sobre los hábitos de consumo televisivo en los Estados Unidos, en la que se hacía seguimiento a niños que pasaban todo su tiempo libre, TODO, viendo la televisión. Se sabían las canciones de los anuncios, las sintonías de cualquier programa y lo único que leían eran los folletos sobre programación, tipo el Teleprograma que antes se vendía semanalmente en los quioscos y que también encontrabas en la sala de espera del dentista. Es igual de malo pasarse el día en las redes sociales o leyendo de todo sin parar, aunque esto segundo está mejor visto. El problema está en el criterio, no puedes ver de todo ni leer de todo, porque igual que hay programas –y muchos- que son una basura, especialmente todos aquellos que alimentan a una panda de improductivos que han fracasado en su vida social y familiar, también los hay de buenos. “Yo solo veo los documentales de la 2”, decían algunos. Claro que sí, amigo. Ahora la gente consume compulsivamente series de televisión, y mira tú, de algunas yo no he podido pasar del primer capítulo o del segundo. Es una nueva cultura televisiva. Pero hay de muchos tipos: durante los finales de los ochenta y los noventa había tal cantidad de culebrones (sudamericanos, españoles, catalanes, franceses, ingleses) que copaban horas televisivas y de recreo de sus espectadores. También está la cultura de los shows de humor, de los Clubs de la Comedia y los late show, del Salvados o de los concursos de cazatalentos, donde casi nadie acaba triunfando. Tenemos en la actualidad una infinidad de canales, la mayoría de los cuales sólo hemos visto al sintonizar la tele por primera vez, que emiten de todo. Es imposible buscar y encontrar, pero mirar la tele en sí no es malo. No te hace más culto o más inteligente no verla, quizá, en todo caso, te haga más inteligente ver o no ver según qué cosas. Igual que leer o no leer según que otras. Evidentemente, y en mi opinión personal, mucho mejor leer que ver la televisión, y mucho mejor salir a pasear por la playa o el bosque o ir a cenar o al cine o al teatro. Pero ver la televisión, en sí no es malo, siempre que también se haga todo lo demás y, siempre que se vigile qué ven los niños. Pero no os preocupéis, padres, Internet es muchísimo más peligroso.

Martí R. A. ESCRITOR Y EDUCADOR SOCIAL 
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