Que nadie venga a decir que somos bondadosos por naturaleza. Estamos rodeados de víctimas de guerras, de terrorismo, de maltratos, de acoso, de abusos, agresiones, robos, engaños, venganzas; víctimas colaterales en el mejor de los casos, en el peor, víctimas directas.
No, no me habléis de bondad innata, que la bondad no viene en el ADN. Nos levantamos cada día con devastadoras noticias de las que somos protagonistas. Algunos estaremos en casa pensando que estas palabras no nos describen, que no hemos matado a nadie, no hemos agredido, ni robado nunca. La pasividad cómplice no nos hace más bondadosos. Todos, TODOS, hemos visto pasar frío a alguien en la calle, mientras entrábamos a una tienda a por algo que seguramente ni necesitábamos, o a comer a un restaurante; a veces no habremos perdido ni la sonrisa al pasar delante de esa persona. Todos cometemos a diario un cúmulo de acciones que nos sitúan en la cima de la ausencia de bondad. Animalistas, acérrimos defensores de la igualdad, de los derechos humanos, y el medio ambiente, ¿cuántas veces os habéis enfadado con un familiar -habitualmente madres y padres- y le habéis dicho algo que ni siquiera sentíais, sólo por el simple hecho de saliros con la vuestra? Ya lo dijo Plauto: “Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre). Por muchas causas que defendamos, todos cometemos el error de causar dolor a otros o insensibilizarnos ante él, aunque no seamos responsables directos del mismo.
Echando un ojo alrededor, es difícil creer en el ser humano. Seguimos creyendo que el fin justifica los medios, que quedar por encima de otros nos hace más fuertes y más sabios. Que ponernos una máscara de anonimato nos da derecho decir lo que queramos y consideramos valientes. No sabemos defendernos sin hacer daño, hemos olvidado ser valientes y dar la cara a través de un respetuoso diálogo. Y lo hemos olvidado porque la historia alimenta, pero no nutre como debiera. Porque mientras haya gente que hace lo posible por envenenar nuestros pensamientos -siendo estos la causa de nuestras acciones-, qué podemos esperar.
En la empatía y el respeto se educa y, afortunadamente, aunque contaminados de forma inevitable, muchos luchan para que la maldad instaurada en nosotros sea mínima, controlable y aceptable. Padres y madres, educadores y educadoras, profesores y profesoras que hacen todo lo que está en su mano por EDUCAR en mayúsculas, a pesar del esfuerzo. ¿Y desde arriba, qué se hace desde arriba? Recortar en educación, no vayan a estar los niños demasiado educados y la convivencia se haga insorportable.
¿Podríamos hablar de niveles de maldad? Posiblemente, pero para qué entrar. Cada uno tiene su báscula personal para valorar qué aspectos pesan más y cuáles menos. Lo importante sería entender que la persona que tienes enfrente podrías ser tú.
Hacia dónde vamos no lo sé, pero lo hacemos en un tren cargado de metralla que no augura un camino demasiado esperanzador.
Ana Casado. PSICÓLOGA. @anapsicopoet