La memoria de Unamuno nos dejó alto consuelo en la lucha intelectual y nos invitaba fielmente a luchar la parte por el todo.
Se sentaba en el Café literario Novelty, al lado del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor de Salamanca. Su pelo era blanco y su barba tupidamente canosa, con las cejas arqueadas y las gafas apoyadas sobre su aguileña nariz. Abrigado por un viejo gabán, leía profundamente concentrado el libro que sostenía entre sus manos. Por dentro, en su pensamiento metafísico, «enseñaba el ceño a la duda», como dijo alguna vez Antonio Machado sobre el filósofo y escritor Miguel de Unamuno.
Inauguraba el comienzo del siglo XX como rector de la Universidad de Salamanca, etapa que duraría hasta su destitución, por parte de Instrucción Pública, en 1914. En las aulas predicaba la doctrina; la recusación del positivismo, el cientificismo, el objetivismo y la singularidad cultural de lo español y lo hispánico, frente a la modernización y europeización del resto de países.
En las calles defendía, junto a los estudiantes y universitarios, el conceptismo y el gongorismo como formas naturales del aprendizaje y la vehemencia. Luchaba por mantener las Facultades de Medicina y Ciencia. «Puede ser. No quiero más método que el de la pasión», decía al alumnado.
Aunque en 1921 vuelve a ser nombrado vicerrector de la Institución, en 1924 es de nuevo destituido, esta vez por Miguel Primo de Rivera, a un exilio que más tarde extiende voluntariamente; primero en París y luego en Hendaya, hasta la caída del régimen del dictador en 1930. Su vuelta a la docencia y al panorama universitario es vitoreada en toda la ciudad. «Como decíamos ayer…», parafraseaba a Fray Luis de León, tras entrar victorioso por la puerta de sus clases de griego y lengua castellana. Todo el mundo aplaudía su regreso.
El 12 de abril de 1931 resultaba elegido concejal por la Conjunción Republicano Socialista, y dos días más tarde, era él mismo quien proclamaba la II República en Salamanca, desde el balcón del Ayuntamiento de la ciudad.
«Termina ya una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido»
Su servicio a favor de la República le devolvió su puesto como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, a título honorífico, hasta casi el mismo día de su muerte. Su verdadera vocación fue la de la enseñanza en la universidad. «Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado». Unamuno pensaba en los más jóvenes
El pensamiento de Unamuno era complicado: fue profundamente religioso, pero se distanció de la ortodoxia cristiana, a pesar de su estrecha relación con el obispo Plá y Deniel. Y al iniciar la Guerra Civil, decidió apoyar a los rebeldes del bando nacionalista frente al desencanto que la utopía socialista y republicana le había producido en el último tiempo. Más tarde, Unamuno comprendía que ningún bando era de su agrado y que las represalias ejercidas sobre los pueblos de España eran inadmisibles en cualquier caso.
El 12 octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se celebraba, como cada año, la Fiesta de la Raza: un día conmemorado por profesores y estudiantes que festejaban, con rimbombantes y engolados discursos, el comienzo del nuevo curso académico.
La situación en España era trágica, ya que la guerra había comenzado oficialmente los días del Golpe de Estado, entre el 17 y el 20 de julio. Y la tensión del ambiente en la ciudad, en la que días antes se había instalado el cuartel general del Jefe de Estado Francisco Franco, resultaba intranquilo e insostenible.
Unamuno presidió el acto en representación de Franco, y estuvo acompañado en la mesa presidencial por Carmen Polo y por el general Millán Astray. Aunque el escritor solo presidía el acto y no tenía pensado intervenir, tras el discurso pronunciado por el profesor Francisco Maldonado, en el que se atacaba directamente a Cataluña y al País Vasco, no pudo permanecer callado e improvisó un discurso.
«Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia».
Unamuno se pronunció en un discurso que denunciaba el odio y el carácter anti-español que surgía del bando nacionalista. «¡Muera la intelectualidad traidora!», gritaba el general Millán Astray frente al liberador discurso del Rector. Frente a la situación, de la que diferentes historias se contraponen, realmente solo se puede asegurar un grave tumulto en el paraninfo, por numerosos hombres armados y excesivamente motivados políticamente.
Miguel de Unamuno, desde el arresto domiciliario de resignación, desolación y desesperación que vivía en la soledad de su casa, a finales de octubre del mismo año, confesaba en un manifiesto escrito que: «Por haber dicho que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, el fascismo español ha hecho que el gobierno de Burgos […] me haya destituido». Así el intelectual vasco quedó enclaustrado en su casa, por causas injustas y no menos banales, hasta el final de sus días. Murió repentinamente en su domicilio de la calle Bordadores, la tarde del 31 de diciembre de 1936. «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás», lo despedía Antonio Machado antes de partir también hacia un exilio eterno.
La memoria de Unamuno nos dejó alto consuelo en la lucha intelectual y frente a las malas políticas nacionalistas y las grandes agrupaciones, que todo lo envilecen y todo lo disipan en grandes contextos inverosímiles, nos invitaba fielmente a luchar la parte por el todo. “Antes la verdad que la paz.”
Por Cristian Mozo Chica. ESCRITOR Y COLUMNISTA. @CristianLiuva