Maruja Mallo (Ana María Gómez González, 1902-1995), fue una de las artistas pertenecientes a la Generación del 27, precursora del grupo conocido como «Las Sinsombrero». Fue definida por Dalí como «mitad ángel, mitad marisco».

Maruja nace en Aveiro, pero viaja a Madrid en 1922 con su familia e ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincide con un joven Dalí, que queda admirado por las conversación de Maruja, y quien le presentará a sus dos amigos de la academia: Luis Buñuel y Federico García Lorca. Poco después de su ingreso, comenzaba en España la dictadura de Primo de Rivera. En esa época el sombrero era un complemento imprescindible y de gran simbología, que marcaba, entre otras cosas, la diferencia de clases. Fue durante esos años cuando Maruja Mallo, Dalí, Lorca y Marisa Manso, a su paso por la Puerta del Sol deciden prescindir de sus sombreros para, simbólicamente, dejar salir a las ideas; acto transgresor para ellos y de rebeldía para el resto que, como narró la propia Maruja Mallo, les costó que les insultasen y apedreasen por la calle. Esta anécdota dio nombre a un movimiento compuesto por pintoras, pensadoras, escritoras… pertenecientes a la Generación del 27, cuyas visibilización quedó ensombrecida por los pintores, pensadores, escritores… del momento.
La verbena (1927)
De esta periodo es la serie de cuatro lienzos de Las verbenas, donde se representan las fiestas madrileñas, y que fueron expuestas por primera vez por Ortega y Gasset en la sala de la revista Occidente, para la que Maruja colaboró con diferentes portadas, y de la que él era dueño. Uno de los lienzos de la serie, La verbena, puede verse expuesto actualmente en el Museo Reina Sofía de Madrid.
En 1929 comienza una serie de obras, Cloacas y campanarios, donde muestra una evolución a lo oscuro, y que es catalogada por algunos como su época más surrealista. En ella la propia artista decía representar cuatro estados del hombre: muerto, esqueleto, andrajo y huella.
Espantapájaros (1929)
En 1932 viaja a Paris con una beca, expone en la Galería de Pierre Loeb, y será este quien le presente a pintores de la talla de René Magritte o André Breton, que impresionado por la obra de Maruja, adquiere su lienzo Espantapájaros (1929). En Paris le ofrecen un contrato, que rechaza para volver a España en 1933, comprometida con la II República (proclamada en 1931) y sus misiones pedagógicas. Ya en Madrid desarrolla diferentes proyectos artísticos y colaboraciones que compagina con su labor como profesora de dibujo y cerámica en diferentes institutos (ninguna de sus cerámicas sobrevivió a los bombardeos de la Guerra Civil).
La sorpresa del trigo (1936)
La propia Maruja Mallo narra cómo en la última manifestación del 1 de mayo, se acercó a una de las manifestantes que alzaba un pan y esta le contó que venían andando desde Tarancón: «¿y qué queréis?», preguntó Maruja, «pan». Este momento inspiró la obra La sorpresa del trigo (1936), que forma parte de la serie de lienzos La religión del trabajo (iniciada en 1929).
(1943) (1944) (1946)
El inicio de la Guerra Civil española la sorprende en Vigo. Saldrá de España y se dirigirá a Portugal, donde Gabriela Mistral (embajadora de Chile en Lisboa) será de gran ayuda en su partida a América Latina. A partir de ahí comienza una andadura por Chile, México, Argentina, Nueva York… y su obra evoluciona hacia un realismo mágico, lleno de color y de mayor geometría. Es habitual encontrar en las obras de esta época composiciones en forma de triángulo invertido. De esta periodo datan también sus cuadros de cabezas de mujeres, por uno de los cuales (La cierva negra) le otorgan el Primer Premio de Pintura de la XIII Exposición de Nueva York, en 1948.
Tras veinticinco años de exilio, vuelve a España y, para su sorpresa, nadie se acuerda de ella, sus compañeras y compañeros de la época han fallecido o viven aún exiliados. Ella narra sus experiencias y sus éxitos, pero ver a una señora mayor, hablando de libertades, de peripecias junto a reconocidos artistas, como Andy Warhol, y con una estética particular como la suya, en plena dictadura, hace que algunos la tachen de loca. Consigue, eso sí, conectar con la juventud de la época y unos años después con el movimiento de La Movida Madrileña.
En 1979 inicia su última serie pictórica, Los moradores del vacío. Son varios los premios y reconocimientos otorgados ya en esa fecha a la figura de Maruja Mallo, como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1982) o el Premio de Artes Plásticas de Madrid.
Vuelve a hacerse hueco en los círculos artísticos y en las tertulias culturales de la capital. Concede alguna entrevista televisiva donde ante la pregunta «¿Cree en el progreso?» responde:
Sí, aunque la mafia santa y el oscurantismo e ignorantismo de la mafia santa y de la jodida mística lo quieran taponar, no pueden contra la vida, porque ellos son la muerte. Son los últimos restos y sepultos de la Edad Media».

Maruja Mallo fue una mujer transgresora y libre. Definió la soledad como su mayor capital porque se lo daba todo, y aseguraba que el hombre se mide por la soledad que es capaz de aguantar. Afirmó creer en la razón, pero casi más en la inspiración, pues la poesía de los eruditos se veía eclipsada por la de los inspirados. Colaboró con los y las más grandes artistas de su tiempo, dentro y fuera de España, y fueron muchos los coetáneos que hablaron de ella con verdadera admiración.
Maruja Mallo, entre Verbena y Espantajo toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad».
Federico García Lorca
Cometió uno de los errores más destructivos e imperdonables: ser libre”.
María Zambrano
Por Ana Casado @anapsicopoet