Hoy, haciendo mención especial a Umbral, «he venido a hablar de mi libro», o quizá debería decir “no libro”… Qué complicado es el mundo editorial. ¿Cómo no va a ser publicar un milagro digno de Lourdes, si recibir una respuesta a un mail presentándote y proponiendo el envío de un breve dossier de tu obra, ya lo es?
Las grandes editoriales con todos sus departamentos y personal trabajando a mil manos, las pequeñas con menos departamentos y personal, a dos mil para abarcar todas las funciones que han de cubrir. Y entre tanto, autoras y autores que no dan salida a sus manuscritos porque nadie responde al otro lado. Son las dos caras de una misma moneda.
Y es que el mercado editorial es otro mercado más. No sé dónde queda la vocación, que estoy segura de que la hay, pero intuyo que es necesario relegarla a un segundo, o tercer plano, para sobrevivir actualmente de la literatura. Esto se traduce en estanterías de librerías y grandes superficies repletas de libros “escritos” por personas televisivas, influencers…, cuyo discurso está plagado de erratas, pero ¡bingo! escriben sin cometer un solo error. Nada que decir del contenido, en la variedad está el gusto. Y es que, vale más asegurarse unas ventas que arriesgar por un producto, aunque sea de mayor calidad, en el cual haya que multiplicar la inversión si queremos que llegue a los lectores. Entiendo la posición de quien toca la puerta de la famosa del momento para que publique con su sello, y entiendo que esta aprovecha la oportunidad brindada, al fin y al cabo todos tenemos algo que contar. Pero me apena profundamente tener a menudo entre mis manos obras maravillosas, escritas de una forma exquisita, dignas y merecedoras de estar entre vuestras manos (no diré títulos porque no quiero olvidarme a nadie), y que esto no sea posible porque el alcance de la editorial que ha arriesgado por ellos es muy limitado, eso si el manuscrito no se ha quedado rezagado en un cajón. Ahí llega mi decepción. Tenía una visión romántica del sector, al que siempre he dotado con unos valores como cimientos que hoy vemos esfumarse en privilegio del poderoso caballero don dinero. Que hay una necesidad de cambio es evidente, que el cambio va más allá del hecho de que muchas editoriales estén publicando en base a números y no a calidad del producto, también. ¿Podríamos nosotros, como lectores, ayudar a que mejorasen las oportunidades de autores y autoras que no tienen miles de seguidores en redes pero que ofrecen verdaderas joyas literarias? Está claro que como consumidores somos responsables de los libros que consumimos y dónde los adquirimos. Podemos apoyar a las librerías, tan pisoteadas por los grandes gigantes, pero ¿cómo ayudamos a quienes están detrás de los libros que no leemos?
Mi experiencia en el mundo editorial comienza y termina hace 7 años cuando dos de mis libros son premiados en una plataforma de escritores —cada uno en su categoría— con la publicación. Estoy agradecida por la oportunidad que se me dio en ese momento, por nada más. Sólo las personas más cercanas conocen los acontecimientos posteriores, aquí me limitaré a decir que era novata, que pequé de inocente y que hasta entonces no fui consciente de que quien menos se lleva de la venta de un libro es el propio autor —quien tenga la suerte de ver una contraprestación económica por su trabajo—, y eso implica que vivir de escribir supone vender muchos ejemplares, que con un sello pequeño, por desgracia, es casi imposible. Esto nos lleva a un lamentable camino, y es que la mayoría de la gente que puede vivir de lo que escribe ni siquiera ha escrito su libro.
En mi caso no es esa la motivación, me mueve la ilusión de que la novela llegue y dar visibilidad a algunos de los duros aspectos que en ella se narran. Por eso hoy, con ella reescrita y con el afán de volver a sacar una historia que, después de los años y varias lecturas, me sigue pareciendo fascinante, me debato entre tocar puertas de editoriales o lanzarme a la autoedición. Y de esta duda, esta reflexión.
ANA CASADO. Psicóloga y autora